MARCO SERNA
Me acuerdo de una ex muy culta, amante de la literatura y la pintura. Ella me convidó a una exposición de un artista de Alemania, en el Centro de las Artes de San Luis Potosí.
Mi formación académica no es mucha. Crecí en el seno de una familia pobre, donde mi mayor instrucción lo fueron las revistas de El Mil Chistes, Así Soy y Qué, Sensacional de Maistros, Sensacional de Traileros y El Libro Vaquero, entre otras, pero como andaba quedando, no quise hacerle el feo y opté por acompañarla a la muestra de cuadros.
Mientras ella admiraba cada uno, yo solo miraba manchas, rayas, y gotas de pintura de las que recuerdo, hacía cuando niño, de esas veces que mi mamá ajustaba para alguna acuarela y yo me ponía a jugar en el suelo de la calle.
Durante la exhibición me acordé de el cuento El Traje Nuevo de El Emperador. Un relato que me contaba mi abuelo. Porque mientras todos veían en él a un ser con un “traje nuevo”, una niña se atrevió a decirle que miraba un hombre desnudo.
Mi ignorancia sigue siendo bastante, aunque lucho por disolverla solo concluyo en que crece cada día, pero me acuerdo que mientras los asistentes al Centro apreciaban arte, yo solo admiraba manchas.
No sé nada de pintura; pero me hubiera gustado describir cada pincelazo, esa traducción artística plasmada en lienzos que logra recorrer el mundo para ser apreciada.
Hubiese hablado de tradición, experimentación, conceptos estéticos, a veces cronológicos que han evolucionado desde la edad media hasta la modernidad, ¿o por qué no? Del sentido ambiguo de actualidad y antaño, de las formas, las líneas, los cubos, de la separación de los criterios historiográficos y museológicos, combinados con el entorno que ofrece el Centro de las Artes, –donde por cierto alguna vez estuvo internado mi compañero Mario “El Chemo” Anselmo–.
Yo no me lo perdono. No sé cómo mi cerebro, prefiere aun las historietas de la Editorial Ejea. Esas impresas en el frente con couché, en Offset, con el interior en papel revolución a color, de algunas 80 páginas; historietas contadas con morbo y albur.
Yo creo que por eso no pude cultivarme, hoy me hubiese tuteado con expertos en arte. Esa falta de instrucción del conocimiento ha de ser mi condena, de aquí hasta que fallezca, de hecho es a veces lo que me quita el sueño. Y es ahí, donde la recuerdo a ella… bella, tan intelectual, admirando cuadros, inmersa en sus lecturas, y comprendo, que yo, envuelto en ignorancia no tuve capacidad para encontrar paradojas a las pinturas del artista Alemán que exhibía su trabajo, al menos para adecuar alguna característica o descubrir alguna influencia de Picasso, Da Vinci, Van Gogh, Dalí, De Goya, Miguel Ángel, pero no; me quedé quieto, buscando explicaciones frente a las obras. Y ella lo notó.
Notó que me frenó la falta de conocimiento sobre el tema, notó que no pude hablar de El Greco, invocar a Velázquez, o a Rembrandt para adecuarlos a esas innovaciones artísticas que no han encontrado el obsoleto.
Me hubiera gustado saber de arte. Saber de las nuevas ideas sobre la naturaleza, sobre lo abstracto, lo convencional, quisiera haber podido hablar en ese instante sobre lo infinito o de lo efímero, de la arquitectura del hierro y del cristal que llevaron al cambio de las relaciones productivas y sociales para influir en la vida y pensamiento del artista y del espectador.
Ha pasado mucho desde entonces. Al distinguir mi falta de cultura y saber que mi posición económica tampoco era buena, que no tengo un futuro prometedor y que nunca estuve preparado para el matrimonio, mi novia me cortó.
Desde entonces ella sigue visitando galerías, mientras los que me conocen saben que a mí me pueden encontrar en los puestos de revistas más cercanos.
Las editoriales de mis ejemplares favoritos se declararon en quiebra antes de los 90s.
En la actualidad pregunto a los voceadores por el número 487, que es el único que me falta para completar mi colección de “Así soy y qué…
Si Ustedes lo tienen, y son extraños al arte, como yo, envíenme correo a marco_serna@hotmail.com, tal vez podamos negociar pues tengo algunos números de Kalimán repetidos.
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