Andrea Saldaña Rivera
Fray Luis de León, por su traducción del Cantar de los cantares, fue procesado y puesto en prisión. Absuelto al cabo de cinco años acuñó al volver a su cátedra la frase que uso como título.
Ayer hablé con mis compañeros del taller de autoestima de la toma de decisiones. Muchas fueron las opiniones en relación a este proceso. Me gustó la frase que alguien dijo al concluir la digresión: el ser humano manifiesta su libre albedrío al tomar decisiones.
Esto despertó mi curiosidad. Me llevó a buscar otras fuentes para desmenuzar las motivaciones que guían este proceso, tanto cuando se enfrenta como cuando se evita al dejar que otros lo asuman. En el segundo caso se busca eludir conflictos. Como cuando se mira a la lluvia arrastrar los recuerdos y se espera que tanta agua deje por fin el alma limpia de congojas.
En la vida diaria personal y familiar es nuestro derecho tomar decisiones. Aunque a veces dejamos que nuestro padre, madre, pareja, hermanos/as, hijos/as, familiares o incluso otras personas se apropien de esta prerrogativa. En situaciones triviales, generalmente no hay repercusiones cuando existe un equilibrio emocional en los involucrados.
En asuntos relacionados con la propia vida vale la pena meditar acerca del poder y la carga que se deja a quienes deciden por otros. Las motivaciones suelen ser diversas: es agradable depender de alguien, sentir protección, evitar confrontaciones, en resumen, regresar al regazo materno.
Los hábitos aprendidos son difíciles de desterrar, a veces se usa la negación personal como una especie de redención, como una entrega incondicional con una renuncia que suele abarcar varios planos.
Los valores de la libertad, la independencia y la responsabilidad son sacrificados sin más preámbulos. Una ventaja aparente es que al no responsabilizarse de las decisiones la presión de equivocarse disminuye, siempre habrá a quien culpar en caso de no haber tomado la decisión más apropiada. Resulta evidente la evasión del compromiso.
En una relación amorosa la toma de decisiones se presenta desde su inicio. Se le ha reconocido como una de las fuentes de conflicto más importantes en la pareja. Una relación generalmente inicia con base en el enamoramiento. Sus componentes de pasión, afecto, ternura y sexo cumplen con el objetivo de ambos para hacerse la vida agradable. Pero esta emoción no dura. La ley de la habituación cumple su cometido y en un tiempo variable la relación con esa sola base se disuelve porque “se pierde la ilusión” o se conocen de manera más objetiva y real al ir despojándose de las cualidades que solo existían en la imaginación de cada uno, inventadas sin ningún sustento real en la etapa del enamoramiento.
La realidad se presenta bruscamente y no les agrada lo que ven. También pueden reconocer actitudes y comportamientos poco aceptables que se asocian a experiencias negativas personales, familiares, del círculo social, o incluso referidas a estereotipos que pueden afectar sus decisiones.
El hombre tiene entre sus temores el ser poseído, dominado. El estereotipo puede haber quedado en su mente por circunstancias personales o familiares, incluso por referencias bibliográficas. Por ejemplo el creado en el “Varón domado”, un polémico libro de Esther Vilar que aseguraba que el hombre nunca había sometido a la mujer, sino que esta lo usaba a manera de esclavo con el sexo como cadena y los hijos como rehenes. Cuestionar a la sociedad occidental y moderna, con base en las familias con muy buenos recursos económicos, permitió a la autora provocar e incitar a la reflexión, que era su propósito al atacar duro y directo a aquéllas mujeres que no quieren hacer uso de sus capacidades y dejar vivir a los “pobres hombres” que tampoco se han dado cuenta de todo su potencial. (1ª parte)…
Decíamos ayer…
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