Alexandro Roque
Cada cuatro de octubre la bella Villa Juárez se queda más sola, pero no porque sea la fecha de emigración masiva a Estados Unidos, sino porque se organiza el mayor día de campo del año, para ir a visitar a San Francisco de Asís, quien se apareció en un pequeño oasis entre dos cerros, en lo que se conoce como el Cañón de la Mora, distante dos horas a pie de la cabecera municipal.
Don Nicolás Rivera Ramírez, a quien se le apareció el santo, vivía en una humilde casa casi afuera del pueblo, donde solía ofrecer su única silla a quien le visitaba. Parecía que apenas podía moverse, pero cada cuatro de octubre de varias décadas subió y bajó cientos de veces la escalera que lleva al alto altar de la imagen, grabada algo burdamente en una roca, hasta el año 2003, cuando murió en las más extrañas circunstancias.
Don Nico, como todos le conocían, siempre fue el oficiante de San Panchito, pues enfrentó gran resistencia de la iglesia católica y, por ende, de varios sacerdotes. Encabezaba las caminatas y recibía a los peregrinos. Cada tanto rociaba con agua ¿bendita? a los que llegaban en solitario o en peregrinación, y se rezaba cantado el Rosario o al menos el Padre Nuestro de rigor. Mientras en los alrededores los villajuarenses buscaban el mejor lugar para almorzar y pasar el día, mirando de cerro a cerro a sus paisanos.
Con su voz queda, apenas audible, don Nico nos relató, como lo hacía una y otra vez a quien quería escucharlo, la historia de la aparición. Aunque no recordaba el año exacto fue, dijo, hace unos 40 años, cuando andaba en la sierra buscando un buey que se le había perdido:
Era ya tarde, el sol estaba bajito. Tomé una veredita que me llevó hasta un arroyo, luego llegué a un pedacito muy lindo, donde había flores. Caminé veinte pasos y que me hablan: “Nico”. Entonces yo me quedé parado, pensando. Yo no había visto a nadie, a lo mejor había por allí algún hombre, algún herido, le picaría una víbora, ha de estar picado, pensaba yo. Entonces me arrendé a buscarlo, y no hallé nada. Que saco la cuchilla y machetié unos árboles hasta que los dejé blanqueando, pa dejarlos de seña de que ahí hablaban, para platicar, así como estoy platicando, y ya me vine. Llegando allí on taban las flores, me dio la claridá y que voy mirando abajo de la roca, en una peña, el señor estaba allí […] “Miré el señor” esas fueron mis palabras.
Le pedí el milagro del buey, y que estuviera donde estuviera, me trajera ahí, y yo le llevaba su milagrito y una velita de 50 centavos, probemente. Y así fue toda la manda. Y llegué en la noche, papá, mamá, me estaban esperando todos en la cocina, pues ya era nochecita. Pero ‘onde yo venía caminando traía una claridad y yo veía muy bien. Y yo les dije: les traigo una razón muy linda, les dije pa que se asustaran. Y ya les dije, esto y esto, mañana los llevo yo para que lo vean. Y al día siguiente ellos fueron conmigo, y ahí donde yo había macheteado estaba mi buey. Rápido les dije: yo me voy a regresar a la Villa a comprarle la velita, el milagrito no porque esos hay que irlos a comprar hasta Cerritos, pero la velita sí la podía yo encontrar por ahí en las tienditas. La compré en la tienda de don Higinio Chavira, papá de Manuel Chavira (entrevista con Nicolás Rivera Ramírez, “don Nico”, el 18 de septiembre de 1997).
Don Nico acudió a la presidencia a avisar, también fue a la iglesia, con el padre Ramón González, quien acudió al Cañón de la Mora a ver la aparición en la peña. Quedó convencido, asegura, pero le dijo a don Nico que al cumplirse los cinco años del fenómeno le daría la bendición y el nombre a la imagen.
Sólo que al santo “le urgía su nombre”, por lo que la imagen le habló nuevamente a don Nico para sugerirle que se pasara con el padre de Cerritos; así lo hizo y el padre del municipio vecino acudió también a conocer la aparición. Lo hizo en un acto público y ahí dio un sermón en el que se le dijo a la gente que San Francisco necesitaba una retocada, porque era como si estuviera desvestido, por lo que todos lo fieles deberían cooperar, y que ya cuando estuviera listo en ese lugar que había escogido para establecerse, entonces sí recibiría bendición y nombre oficial. Él mismo se ofreció a enviar un escultor y así lo hizo, además tramitó una carta del obispo.
Una vez que el trabajo estuvo terminado, el padre de Cerritos le dio la carta del obispo a don Nico para que se la diera al padre Ramón, también le dijo que si el padre Ramón no quería bendecirlo, entonces regresara y él personalmente iría a hacerlo. El padre Ramón ya no puso pretextos y fijó fecha para la bendición, le dijo a don Nico que consiguiera 300 padrinos y madrinas y citara a toda la gente. Fácilmente se reunieron los padrinos necesarios y se llevó a cabo la ceremonia.
El padre le pidió a don Nico que le acercara una reliquia, pero una voz finita llegó a oídos del hombre, diciéndole que “no le acercara una, sino dos”. Don Nico obedeció y el padre al verlas, quedó “humillado” ante el Señor, decía don Nico que exclamando: “una no es ninguna, dos es verdad de Dios”.
Don Nico siempre tuvo la ilusión de que algún día se le hiciera una entrada de cera. Decía que eso le falta al San Francisco del «Cañón de la Mora». Pero ya no lo alcanzó a ver.
Don Nico murió el 4 de octubre de 2003 en pleno festejo anual al “Santito”, frente a la asombrada multitud que acudió al Cañón de la Mora. No murió de viejo, sino por una piedra que cayó desde lo más alto de la montaña. No fue un alud, fue sólo una piedra, que cayó justo en la nuca del anciano.
Cuentan los villajuarences que unos días antes del lamentable hecho, este hombre se había perdido. Incluso, varias personas se organizaron para salir en su búsqueda y todos pensaban que lo encontrarían muerto. Curiosamente, a pesar de su avanzada edad, fue localizado en un camino cerca de la localidad de Mezquites, en el vecino municipio de Cerritos. ¿Cómo llegó allá? ¿por qué se perdió si él conocía bien los caminos? Nadie lo sabe.
Y luego, el fatal desenlace. Lo cierto es que hasta los más escépticos quedaron sorprendidos ante este extraordinario acontecimiento. Propios y extraños quedan para dar cuenta de que Don Nico murió después de una misa celebrada al pie de su amado San Francisco, sueño que había perseguido por largo tiempo y que por fin había logrado realizar. Precisamente, dicen los testigos que se hallaba sentado al lado del padre, pero parece ser que el “Santito” sólo se lo quería llevar a él.
* Fragmento de Villa Juárez, la bella villa.
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