Volar papalotes, una tradición que alguna vez coloreó el cielo de Cerritos, se desvanece lentamente en la memoria colectiva. Esta costumbre, que era más que un simple juego, ha sido reemplazada por la omnipresencia de la tecnología en nuestras vidas. Las nuevas generaciones, inmersas en sus pantallas, ya no conocen la emoción de ver cómo un armazón de papel y cordel se eleva con el viento, convirtiéndose en un punto brillante en el vasto cielo azul.
Hace años, febrero y marzo eran meses especiales. Los vientos fuertes de la temporada eran la señal perfecta para sacar los papalotes. Para otros, la mejor época era a mediados de junio y principios de agosto. No importaba el mes, lo importante era el viento, ese aliado invisible que hacía posible la magia de volar un papalote. Era un tiempo en el que la televisión, las computadoras y los teléfonos celulares no existían o eran un lujo poco común. Los juegos de canicas, yoyos, trompos y, por supuesto, papalotes, eran la norma.
Por las tardes, el cielo de Cerritos se llenaba de cometas de todas formas y colores. La construcción de un papalote era en sí misma una actividad familiar, uniendo a padres e hijos en la tarea de armar y decorar sus creaciones. Luego venía el momento de volarlos. Ver a los niños correr, intentando atrapar el viento, mientras los padres manejaban el cordel, era un espectáculo que llenaba de vida los parques y campos. El Cerro de Las Peñas, en particular, era un lugar icónico para esta actividad.
Sin embargo, en este 2024, esos días parecen parte de una historia lejana. Los papalotes son ahora una rareza en los cielos de Cerritos. La costumbre de volar papalotes, que era una forma de convivencia y esparcimiento al aire libre, ha sido relegada por la tecnología. Los niños de hoy, con sus juegos virtuales y aplicaciones móviles, ya no sienten la misma atracción por correr tras un papalote.
Esta pérdida no es solo la de un juego, sino la de una tradición que fomentaba la creatividad, el trabajo en equipo y la conexión con la naturaleza. Volar papalotes era un ritual que enseñaba paciencia y perseverancia, y ofrecía la simple alegría de ver algo creado con nuestras propias manos elevarse hacia el cielo.
A veces todavía se pueden ver algunos papalotes en los cielos, pero su número es una fracción de lo que era antes. Es un recordatorio melancólico de tiempos más simples, cuando el entretenimiento no necesitaba electricidad, solo un poco de viento y mucha imaginación.
Ahora que los apagones de energía han sido constantes, recordamos y valoramos estas tradiciones. No debemos dejar que la tecnología borre por completo tales prácticas que enriquecen nuestras vidas de maneras que una pantalla jamás podrá. Quizás, al recuperar estos juegos y actividades, podamos ofrecer a las nuevas generaciones una forma diferente y valiosa de conectarse con el mundo y con los demás.
Nos leemos la próxima…
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