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El acorde final:

  • ¿Quién silenció a Colacho?

MARCO SERNA.- Era 2020. Una noche de junio se cernía sobre Rioverde como un manto de oscuridad impenetrable. Las calles, habitualmente animadas por algo de bullicio nocturno, parecían más silenciosas de lo habitual. En algún lugar de la ciudad, Jesús Zúñiga Manzano, el músico errante de Cerritos, pulsaba las cuerdas de su inseparable guitarra, ajeno al destino que le aguardaba.

Colacho, como era conocido por todos, había llegado a Rioverde en busca de nuevas oportunidades. Su música era su vida, y las calles de esta ciudad media le habían dado la bienvenida. Con algunos 40 años a cuestas y una sonrisa tímida, se había ganado el cariño de los lugareños. Pero esa noche, algo cambiaría para siempre.

Al amanecer del 4 de junio, el sol iluminó un macabro hallazgo en la brecha «La Petrolera», cerca del ejido La Virgen. Un cuerpo decapitado yacía entre los matorrales, como un cruel recordatorio de la violencia que acechaba la región. Junto al cadáver, una guitarra y una bolsa con pan, objetos cotidianos que ahora se convertían en pistas de un crimen atroz.

La noticia se extendió como pólvora. Las autoridades llegaron al lugar, pero la identidad del occiso permanecía en el misterio. ¿Quién era este hombre cuya vida había sido segada con tanta saña? La respuesta llegaría horas más tarde, sacudiendo a los alrededores, en especial a Cerritos.

Agentes de investigación, asignados al caso, comenzaron a atar cabos. Todo apuntaba a Colacho. Pero, ¿por qué alguien querría matar a un músico popular conocido por su carácter afable? Las teorías comenzaron a surgir.

Una línea de investigación sugería una confusión fatal. En una época donde los levantones y ejecuciones estaban a la orden del día, ¿podría Colacho haber sido confundido con alguien más? Su costumbre de deambular solo durante la madrugada lo convertía en un blanco fácil.

Otra teoría, más oscura, hablaba de un conflicto con clientes insatisfechos. Se sabía que Colacho tenía límites claros: una vez terminadas las canciones acordadas, no tocaba más, sin importar la cantidad ofrecida. ¿Podría esta integridad haber desatado la ira de alguien con suficiente poder para ordenar o participar en su ejecución?

Cada negocio, cada esquina oscura, podía albergar el secreto de la muerte de Colacho. En la búsqueda de pistas, una persona se topó con una publicación en redes sociales que llamó su atención: la imagen de un músico llamado Jorge, con un parecido inquietante a Colacho, acusado de estafa y amenazado públicamente.

La confusión de identidades cobraba fuerza como motivo del crimen. Pero algo no cuadraba. Jorge era muy conocido en Rioverde, ¿cómo podrían haberlo confundido con otro músico? La policía se encontraba en un laberinto de posibilidades, cada una más siniestra que la anterior.

Mientras tanto, en Cerritos, la noticia de la muerte de Colacho cayó como una losa sobre la comunidad. Amigos y familiares se negaban a creer que aquel hombre gentil, cuyo único pecado era amar la música, hubiera tenido un final tan trágico. Las calles que antes resonaban con sus melodías ahora guardaban un silencio sepulcral.

El funeral de Colacho fue un testimonio del impacto que había tenido en la vida de tantos. Una pequeña guitarra sobre su tumba simbolizaba la pasión que lo había definido en vida. Pero mientras la bóveda cubría su ataúd, las preguntas seguían flotando en el aire como notas de una canción inacabada.

Cuatro años después, el caso de “Colás” sigue siendo un enigma. Las autoridades guardan silencio, y las teorías se multiplican en las conversaciones de bar y en los corrillos de la plaza. ¿Fue Colacho víctima de una venganza equivocada? ¿O acaso su muerte esconde un secreto más profundo y oscuro de lo que nadie imagina?

A estas alturas, es muy posible que en algún lugar de Rioverde, alguien guarda el secreto de lo que realmente le sucedió a Jesús Zúñiga Manzano.

El caso Colacho permanece abierto, un recordatorio sombrío de que incluso en los lugares más tranquilos, la violencia puede desatar una sinfonía macabra. Y mientras el tiempo pasa, la pregunta persiste: ¿Quién silencio para siempre la música de Colacho?

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