MARCO SERNA
Hay cosas que no entiendo. Como esas del Tratado de Libre Comercio; porque, si bien es cierto que en diciembre de 92, se anunciaba por doquier que las relaciones comerciales entre México, Estados Unidos y Canadá vendrían a mejorar nuestra calidad de vida, en el lugar donde crecí, Cerritos, las cosas, fueron muy distintas.
Yo tuve la dicha de conocer a mis cuatro abuelos.
Don Mateo y Don Ambrosio son los nombres de quienes se casaron, el primero con Francisca, y el segundo con Gregoria.
Sus familias fueron muy numerosas y sus generaciones datan de mediados del siglo pasado.
De “Don Mateo” —como la gente le decía a mi abuelo paterno—, me acuerdo que tenía una milpa muy grande a pocos kilómetros de la cabecera.
De niño me gustaba perderme entre enormes maizales, aunque luego terminara cortado con el filo de las hojas en mis brazos y piernas.
En esas tierras había un pozo muy profundo y lleno de agua, donde me gustaba arrojar piedras y escuchar el eco de cuando en el fondo contactaba la roca con el líquido.
Pero mi abuelo no solo sembraba maíz, sino jitomate, acelgas, naranjas, mandarinas, cebolla y repollo; también ordeñaba sus vacas para vender la leche y las legumbres aquí en Cerritos. Después, algunos de sus hijos se fueron para el rumbo de California.
Por el lado de mi abuelo Ambrosio las cosas no fueron muy distintas. Era yo un chiquillo cuando miraba pasar las carretas estiradas por dos bueyes, todas cargadas de maíz.
Yo me acuerdo que en la casa de “Don Bocho” había un almacén, ahí se depositaban kilos y kilos de maíz, y mi abuela cocinaba unas “gordas” bien ricas, que saboreábamos con salsa.
Frente al comal llegaban guajolotes, y mientras uno se echaba el taco, debíamos tener cuidado para que la enorme ave no nos diera de picotazos, y si corríamos, había que ser cuidadosos con no pisar los pollitos, porque como había maíz llegaban muchas gallinas con sus críos.
Yo llegué a sentirme mal porque aplasté a algunos pollos recién nacidos.
Me daba tanto miedo de que el guajolote me picara, que corría sin darme cuenta de que había pollitos alrededor.
Luego de pisarlos, por más que les soplaba el ano para que revivieran, muchos morían en mis brazos, y los aventaba a la nopalera para que mi abuela no me regañara.
El caso es que mis abuelos paternos y maternos salieron adelante gracias al campo, digamos que gracias al maíz. Porque si eran pocas veces las que se comía carne de res o de puerco, el maíz nunca faltaba, y de este salía el atole, la tortilla, las gordas, las tostadas… y el estómago no estaba vacío.
Todos mis tíos y mis primos que probaron ese “máis”, crecieron bien saludables. Yo me acuerdo que en ese entonces no se hablaba de la Diabetes, pero siempre estuvo la idea de viajar al norte, decían que allá la vida era mejor.
Cuando oí lo del tratado de Libre Comercio, pensé que las cosas serían como en Estados Unidos: Que tendríamos carros del año, casas grandotas, que en el refrigerador nunca faltarían las carnes y hasta los billetes se iban a hacer verdes, como el dólar.
Por el contrario, los campos de la familia se empezaron a descuidar, de entrada pensé que sería porque mis abuelos murieron, pero no fue así, pues a donde iba, las tierras ya no se cultivaban como antes.
Le pregunté a los señores y dijeron que el maíz ya no era negocio. Era mejor comprar las tortillas ya hechas con maseca en las tortillerías. Así la gente se ahorraba mucho trabajo, además de que se traían granos viejos de Estados Unidos para que nosotros los consumiéramos.
Yo no sé qué pasaría, pero de repente, acá donde vivo la gente empezó con Cáncer, Diabetes, tumores y en lugar de graneros, las casas estaban llenas de medicinas y rejas de refrescos.
También había productos con palabras en inglés, de esas que no les entiendo, o no sé decir, y yo comprobé que se empezaron a morir más pronto, porque mi abuelo Bocho, que comió puro “máis” del nuevo, alcanzó los 102 años, y como a los 90 todavía se aventaba unos gritos bien fuertes y más cuando se echaba un trago del vino que yo le daba.
Estaba leyendo un libro, donde dice que Cerritos alguna vez fue considerado Granero del Estado, porque aquí se daba mucho el “máis”.
Hoy ya son muy pocos los que se atreven a cultivarlo, pero mucho menos son los que pueden presumir que viven del campo y sacan a delante a familias como de 10 hijos, así como lo hicieron mis abuelos, que apenas cursarían el segundo año de primaria.
Sabe qué día me senté a oír el radio, y entendí que quieren levantar una pared entre México y Estados Unidos.
La gente me empezó a explicar que se iba a romper el tratado de Libre Comercio, y yo entiendo que es posible que ya no traigan maíz viejo, esa porquería que ni los gringos se tragan.
Fue cuando en sueños, me acordé cuando corría entre los maizales y algo me dijo que sería buena idea comprar alguna tierrita, porque no sé Ustedes, pero yo quiero que mis nietos corran entre los cultivos, y luego de ahí sacar unas mazorconas como las que mis abuelos sembraban.
A estas alturas ya no aspiro a ser rico, pero si llego a viejo, mucho orgullo tendré si no me muero de hambre, porque les platico que también soñé que sentado alrededor del comal, podía probar ese maíz nuevo, en tortillas con salsa, y que al cumplir mis 90 años, todavía me aventaba unos gritotes… de gusto.
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